El 19 de octubre de 1469 se casaron, en secreto, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los monarcas más relevantes de la historia española de la Edad Moderna. Isabel tenía 18 años y Fernando 17 años al desposarse a escondidas en el Palacio del Vivero de Valladolid.

Ella quería librarse de su hermano, Enrique IV, rey de Castilla, empeñado en casarla con el rey de Portugal, pues unida a la Casa de Lisboa debía renunciar a sus pretensiones monárquicas en Castilla. En efecto, Enrique temía que su hermana contrajera nupcias con cualquier noble que no estuviera en sus planes, pero ella pensaba como el joven Fernando en la futura unidad política de sus reinos y, por supuesto, de España, y en la idea de conseguir la expulsión de los árabes de la península ibérica, que se hallaban en Granada, el último fortín moro en 800 años.

El primer encuentro fue para quedar unidos para siempre. Por no contar con la bula papal que dispensara el matrimonio de primos, y por falsearla, su matrimonio permaneció como nulo hasta 1471. A la muerte de Enrique IV, en 1474 -5 años después de la boda clandestina-, Isabel audazmente se autoproclama reina de Castilla.

Entra en lid por el trono con Juana la Beltraneja, cuestionada hija de Enrique y más bien creída de su allegado, Beltrán de la Cueva, y al final, con el apoyo militar de su esposo Fernando, consigue afianzarse en la corona. La historia de los Reyes Católicos no fue, entonces, como las de cuentos de hadas. No. La unidad española fue su mayor legado para la historia del país que los separatistas en Cataluña deberían recordar a cada momento.

Se quisieron en el camino de sus vidas monárquicas, donde uno fue consorte en el reino del otro. Ella murió primero -53 años, en 1504- y él, a los 64 años, en 1516. Sus restos reposan en el Sepulcro Real de la Catedral de Granada y para saber más de este recinto funerario dominantemente marmoleado, hay que escuchar -como lo hice con mi esposa- al jurista y filántropo, P. Sebastián Sánchez Maldonado, ex vicario judicial de la Arquidiócesis de Granada, y a su dilecto colaborador, Antonio Domínguez.