Los analistas internacionales especulan sobre los posibles escenarios que podrían surgir tras la permanencia de una tiranía en el poder. Es claro que cualquier planteamiento racional, como dejar el poder después de veinte años ininterrumpidos y con todas las instituciones, incluido el ejército, bajo control, resulta improbable. Los tiranos nunca abandonan esa condición; es irreversible.

Se especula sobre una posible operación militar desde el exterior, pero las tiranías tienen “pólizas de seguro”, es decir, superpotencias aliadas que garantizan la continuidad del régimen. Por otro lado, la implosión de una tiranía resulta complicada cuando han pasado décadas, ya que la red de corrupción no se limita al entorno de los “hilos del poder”, sino que abarca todo el aparato estatal, ya sea por acción u omisión. Si todos pueden ir a la cárcel, preferirán sostener al tirano antes que soltarlo.

El realismo de los analistas políticos nos dice que, a diferencia de comicios anteriores, los países más cercanos ideológicamente muestran preocupación ante una nueva “oleada migratoria”. En consecuencia, deciden marcar distancia para evitar efectos colaterales en sus territorios.

La proclamación del tirano como vencedor parece una señal para, con el apoyo del ejército, sincerar un régimen totalitario con fronteras cerradas, mayor represión e impedir la activa oposición política, dejando atrás la farsa de convocar elecciones periódicas. En otras palabras, el último movimiento del régimen podría ser “quitarse la careta” de gobierno elegido por el pueblo y despojarse de su rasgo diferenciador: los procesos electorales donde siempre gana el tirano, para parecerse más a otros totalitarismos alrededor del mundo.