Puedes estar o no de acuerdo con el giro que ha dado Keiko Fujimori con respecto al antiguo fujimorismo, pero lo que no se puede negar es que sus últimos gestos demuestran una voluntad firme de unir su discurso a cambios auténticamente reales. La política peruana está llena de líderes que solo prometen para la tribuna y que una vez alcanzado el poder corren el tupido velo del olvido. Por eso, es bueno que antes de las elecciones, Keiko Fujimori esté dando muestras de coherencia entre sus palabras y actos, estemos o no de acuerdo con estos cambios trascendentes.

Así es como debe interpretarse la apertura del nuevo fujimorismo: como un acto de coherencia entre el discurso político y los nuevos fichajes. Si la candidata Fujimori lleva meses (incluso años, según afirma su entorno) hablando de renovación y apertura, si durante un largo tiempo ha mantenido la necesidad de institucionalizar su movimiento y buscar la unidad por encima del sectarismo, hoy el nuevo fujimorismo puede afirmar sin complejos que hay una total congruencia entre lo que ha dicho y lo que está haciendo. Keiko Fujimori no solo dijo que quería convocar a gente de todas las banderas, lo está haciendo. El nuevo fujimorismo no solamente afirma que aspira a cambiar su política: está girando claramente hacia el centro con Harvard y Huaroc. Ha pasado de las palabras a los gestos, unos gestos tan arriesgados como concretos e indubitables.

Esto, por supuesto, puede decepcionar a un sector de sus seguidores, pero ni simpatizantes ni detractores podrán negar que Keiko Fujimori y los suyos están haciendo lo que dijeron que iban a hacer. Algo raro en la política peruana, teniendo en cuenta el nivel de promesas incumplidas y la gran resistencia al cambio de verdad.