Fue Octavio Paz el que señaló la naturaleza dadivosa de un Estado clientelista capaz de pervertir la democracia hasta convertirla en un mercado persa de intercambios coyunturales con poco o nulo respeto por principios trascendentes. Ciertamente, la naturaleza humana es proclive a la perversión y es por ello que el ogro filantrópico bien puede encarnarse tanto en los Estados subdesarrollados de Latinoamérica como en actores o partidos políticos con voluntad de poder. Acuña pertenece a este segundo grupo. No necesita llegar al Estado para representar el papel de cacique filantrópico. Él mismo, por sí solo (al menos eso indica su biografía oficial), ha creado un Estado paralelo en el que encarna el papel de Leviatán.

El despotismo clientelar tiene consecuencias muy claras en una República debilitada por dos siglos de anemia institucional. Ya sabemos cuál es el costo de prostituir políticamente las necesidades de la población. Hay una diferencia esencial entre las políticas públicas populares y el populismo clásico que ha padecido el Perú. El segundo nunca mira la cuenta de resultados ni el impacto a futuro. Es inmediatista porque es oportunista. Un Estado anémico, absolutamente debilitado por el Qali Warma infeccioso de los Humala, es presa fácil para personajes que consideran que la política es una prolongación de los negocios.

La política, la verdadera política, nunca es un negocio. Es un servicio. Un servicio peligroso e ingrato. Un servicio complejo, tan difícil como trascendente, al que se debe acceder en plena madurez, consciente de los senderos que se bifurcan cuando llega el momento de tomar las decisiones clave, las que cambian la historia, las que cuentan de verdad. Peruan@: el ogro filantrópico toma decisiones en función a sí mismo, para ganar plata como cancha y solo secundariamente pensando en el bien común de todos los demás.