El sábado antepasado, el papa Francisco recibió en el Vaticano al presidente del Gobierno español Pedro Sánchez. La visita no tendría mayor relevancia que la de cualquier otro acto protocolar del Sumo Pontífice, si no fuera porque la protagoniza el jefe de un gobierno de corte socialista que impulsa en su país la aprobación de leyes que colisionan frontalmente con la concepción cristiana de la Iglesia Católica, como la eutanasia y el aborto.
La coalición de izquierdas compuesta por PSOE/UP, que gobierna España - que no dudó en imponer un “cordón sanitario” a la representante del partido Vox en el Parlamento Vasco para limitar al máximo su participación política- ha conducido una desastrosa gestión de la pandemia ocasionada por el COVID-19 con una de las más altas tasas de contagios y de víctimas mortales de Europa, decretando una prórroga del estado de alarma, con grave afectación a la economía de su país.
Pero lo que más preocupa a muchos españoles es que Sánchez utilice el encuentro como una suerte de bendición papal a su política de división social, provocando confusión en el conjunto de los ciudadanos y, en especial, entre los propios católicos, como ya lo hizo con la última encíclica de Francisco, Tutti Fratelli, utilizada indebidamente para atacar a sus rivales políticos del PP y Vox.
Sánchez enfrentó hace poco una Moción de Censura (que en el constitucionalismo español hace caer al gobierno si es que prospera) e hizo referencia de forma tendenciosa a su encuentro con el papa para fustigar a sus rivales de la derecha (PP y Vox).
Es evidente que en épocas de enorme convulsión política, social y sanitaria que afecta al mundo en su totalidad, la palabra de un guía espiritual como lo es el papa Francisco, debe irradiar esperanza y aspiraciones de paz a toda la humanidad, sin que nadie se la apropie en beneficio de su ideología, y menos aun la utilice en contra de quienes pretende deslegitimar por ser sus adversarios políticos.