Entre los muchos ángulos para el análisis del buen candidato presidencial 2016, podemos señalar su formación y trayectoria, ejecutoria pasada, equipo y entorno, calidades éticas y de liderazgo, etc. Sin embargo, hay una que me parece central para un estadista: mirar el futuro con desprendimiento.

Veamos, primeramente, lo que pasa con las promesas electorales. ¿Acaso los candidatos pueden cumplir sus promesas, aun en el supuesto que crean en ellas y quieran implementarlas? Los candidatos presidenciales estudian el mercado de votantes para identificar sus aspiraciones más sensibles y modelan sus propuestas y promesas para captar esos votos. A veces, son compromisos genuinos y duraderos. Pero muchas veces, son clisés electorales que se desvanecen luego de la votación.

Pero asumamos que el candidato realmente cree en la promesa y tiene la intención de cumplirla. ¿Es eso posible sin tener una mayoría en el Congreso que produzca las leyes y acuerdos presupuestales que ello requiere y una mayoría ciudadana que lo respalde? Usualmente, NO.

Siendo así, deberíamos esperar de un buen candidato no solo que haga promesas con las que podamos identificarnos, sino que las haga con el desprendimiento requerido para aceptar que para sacarlas adelante hará todo lo posible por encontrar aliados en los otros grupos políticos, para lo cual debe mostrar gestos creíbles de que eso efectivamente será así. Entre ellos, focalizarse en el futuro, al estilo de Nelson Mandela, desistiendo de revanchismos y agravios que son las principales fuentes de incomunicación y desarticulación entre los políticos.