Sin identidad ni ideología propia. Para empezar, se enfunda en trajes similares a los que tiene en su ropero Evo Morales. El cuento de “no más pobres en un país rico” se lo endilgó Cerrón. De profesión maestro, pero da la impresión de que no pasaría cualquier examen de evaluación de profesores. Salvo que se lo tome César Acuña. Y con el micrófono enfrente es un verdadero martirio. Incluso cuando lee atropella las oraciones de una manera alarmante.
En tiempos de candidato, se llenó la boca maldiciendo a la corrupción y ahora este flagelo, con evidencias y sospechas, le aprieta su cuello con un nudo gordiano. Partidarios, sobrinos, ministros y amigotes han acompañado la comparsa. Red criminal, según la hipótesis fiscal. Y Karelim López, primero, y Zamir Villaverde, después, han jalado la soga de lo que parece un inexorable cadalso político bajo la sentencia de incapacidad moral permanente. Se exige pruebas, pero cuando el río suena es porque fraude trae.
El país es un despelote desde que asumió el mando. Las mentiras se entremezclan con promesas incumplidas. Los gabinetes se suceden y uno es peor que el otro. La inestabilidad juega en pared con la subida de precios. Pobres bolsillos del “pueblo”. A la oposición le falta cascarones y “Los Niños” gatean a su antojo. Perdido en el espacio, insiste con el disco rayado de la Asamblea Constituyente. ¿Qué quiere cambiar de la Constitución del 93? Lo único que se sabe es que es un peligroso capricho cerronista.
Sabido es que el liderazgo para gobernar no se compra a la vuelta de la esquina. Y como la prensa lo delata a diario, le da la espalda de manera prepotente, custodiado por una lluvia de uniformados que bien podrían estar a la caza de delincuentes de toda laya. Este es el mandatario que tenemos, ¿qué les parece?