Hace unos días asistí en Madrid a la presentación del libro de Pedro J. Ramírez El primer naufragio, una obra que narra el golpe de Estado de Robespierre, Danton y Marat contra el primer parlamento elegido por sufragio universal masculino. Pedro J., director del diario El Mundo, realizó un auténtico milagro de San Martín en la casa del embajador de Francia en España, sede del evento. Juntó a perro, pericote y gato. Al acto acudió toda la clase dirigente española, desde el presidente Rodríguez Zapatero hasta el líder de la oposición, Mariano Rajoy. Tampoco faltaron los más conocidos políticos, empresarios y periodistas del país, muchos de ellos enemistados entre sí. Durante los discursos, José Bono, presidente del Congreso y jerarca del PSOE, no dejó de bromear sobre la capacidad de convocatoria de Pedro J: "No venimos porque te queremos, estamos aquí por tu poder".
Profundamente interesado por el Perú desde que la USIL le confirió el doctorado honoris causa, Pedro J. influye tanto en el escenario político porque, a diferencia de muchos de nuestros líderes de opinión, no se casa con nadie. He leído críticas durísimas escritas por él a varios de los que asistieron a la presentación de su libro. No se las da de santón de la decencia o pontífice inmaculado. Toma posición y defiende sus principios, ante la izquierda y la derecha. Y aunque es la primera vez que se interna en un tema académico, lo ha hecho con su habitual maestría. Años de investigación en archivos y largas jornadas de experiencia política se plasman en una obra fundamental para la comprensión de la revolución francesa y la política de nuestros días.
Porque El primer naufragio no sólo reconstruye la conspiración jacobina que destruyó los sueños de igualdad, fraternidad y libertad. También nos invita a la reflexión sobre el presente. La lenta pero segura perversión de las democracias latinas hunde sus raíces en el cáncer jacobino amorosamente cultivado por todas las satrapías que hemos padecido. Nuestros girondinos, como los de El primer naufragio, también sucumbieron -lo siguen haciendo- a la desorganización, al romanticismo futurista, a la molicie insensata, nefasta apatía cívica que a todos nos perdió. Así, encumbrados por la guillotina del populismo, pululan entre nosotros los Robespierres tropicales que apelan a la demagogia proclamando una virtud inasible que ha de conducirnos a la Atlántida bolivariana. El club de los jacobinos se prolonga en el despotismo autárquico de los Castro, en la idolatría populista de Chávez, en la semi-dictadura mediática de Correa y en el indigenismo fascista de Morales y compañía. El eterno naufragio latino replica los claroscuros de la revolución francesa y los perfecciona hasta el cansancio. Hemos hecho de la reiteración un arte. Al final, todo en la historia se toca y América es el Aleph.
Recuerdo que hace años, en el Colegio de Abogados de Lima, Javier Valle- Riestra, el gran girondino de este país, terminó una de sus catilinarias citando una frase para el bronce: "Me gustaría tener todas las resmas de papel del mundo para escribir una sola palabra: libertad". Pedro J. Ramírez ha escrito un libro digno de la libertad que ha defendido a lo largo de su vida. Una libertad esquiva, siempre amenazada. Y también un norte por el que vale la pena luchar.

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