Muerto Osama bin Laden (2011), el líder de Al Qaeda, el grupo extremista que fue capaz de jaquear a los Estados Unidos de América con atentados nunca antes registrados, por su magnitud, en el país y el planeta, como fue bajarse las Torres Gemelas de Nueva York y atacar el Pentágono, sede de la seguridad y la defensa del país, entró en una seria etapa de crisis de sostenimiento y de accionar. Disminuido como tal, de sus propias filas surgió el Estado Islámico (EI), con su líder Abu Bakr al-Baghdadi. No es un secreto que ambos grupos han sostenido rivalidades en el propósito de marcar la pauta de la hegemonía en los actos de terror fundamentalmente en la región del Medio Oriente, donde tienen sus centros de operaciones. El reciente asalto del Hotel Blu Radisson en Malí, uno de los Estados más empobrecidos del África occidental, con casi 15 millones de habitantes, estaría poniendo al descubierto el regreso de Al Qaeda en el escenario de la violencia estructural internacional. El grupo Al-Mourabioun, aliado de Al Qaeda, y que opera en el norte del país, cerca de la peligrosa zona del Magreb, se ha atribuido el atentado que, al cierre de esta columna, había cobrado 27 muertos luego de haber mantenido 170 rehenes al momento de su ingreso en el lujoso hotel de Bamako, la capital de Malí, antigua colonia francesa hasta 1959, en que cobra su independencia y donde el 94% de la población es musulmana. Al Qaeda, entonces, retomaría notoriedad si se confirma la filiación de los dos grupos terroristas. Mientras tanto, el EI sigue concentrando la atención de la opinión pública mundial, a la que ha logrado envolver en un estado de pánico internacional. 

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