Una persona que dejó recientemente un cargo ministerial me comentaba lo difícil que le estaba resultando regresar a la actividad privada. Por una razón o por otra, no lograba recuperar su estabilidad pre-ministerial. Lo cierto es que después de vivir la vorágine del poder, de ser requerido por todos, de vivir una actividad frenética de 24x7 con reuniones aquí y allá, las constantes coordinaciones telefónicas o personales con otros personajes de las cúpulas de poder, las entrevistas en la prensa, las constantes llamadas para atender esto o aquello, los viajes, las idas y venidas, se hace muy difícil asimilar cómo es que al día siguiente de dejar un cargo de “poder”, todo acaba súbitamente, el teléfono no vuelve a sonar más y toda la adrenalina generada debe -de alguna manera- volver a su lugar! El ser conscientes del final de esta etapa de la vida, es como vivir un luto, se puede pasar por todas sus “esquinas”: la negación, la ira, la negociación, la depresión y finalmente, la aceptación. Dejar un cargo de poder, puede ser, para quienes no saben manejar su “luto personal”, una desdicha y hasta en casos extremos, el final de sus carreras. Muchos, como el amigo con quien hablé, sufren mucho al descubrirse rechazados en diferentes posiciones, recibiendo la excusa de que tienen un “perfil muy alto”, que están “sobre calificados” o que acceder a esta o a aquella nueva posición no estaría a la “altura” del CV acumulado. Lo cierto es que muchos se sienten abrumados con la presencia de un ex “poderoso” que busca recolocarse, y le rehúyen porque ven en él una competencia que los puede descolocar en sus propias organizaciones.
Si bien el mundo es la voluntad del poder, como decía Friedrich Nietzche, nadie puede traerte paz sino eres tu mismo. Por ello, mi recomendación a aquellos lideres que ostentan posiciones de poder es que la lleven adelante con humildad, sabiendo que tendrá un final y que la vida continuará con la misma fuerza y el mismo brío con el que todo empezó. ¡Celebremos lo recorrido y no lo que falta recorrer!