Los recientes crímenes en la ciudad californiana de San Bernardino, donde 14 personas fueron abatidas por una pareja plenamente identificada en sus orígenes musulmanes, y en el Metro de Londres, donde un individuo apuñaló a varios viajeros proliferando gritos que recordaban el nombre de Alá, deben ser abordados con el cuidado que la circunstancia dramática exige. Si los autores no tienen una conexión directa con los grupos terroristas que operan en el Medio Oriente, esto es, no son sus operadores, sí resulta preocupante que siendo actos complemente aislados muestren niveles de adhesión. De ser así, la eficacia para neutralizar la acción terrorista se vuelve más compleja de lo esperado. No resulta correcto establecer alguna relación de este respetado credo con más de 1200 millones de fieles en el mundo, con la acción terrorista; sin embargo, sí resultará útil indagar por qué razón gran parte de los actores de la violencia extremista tienen origen islámico. Esa es la realidad. ¿Será acaso que existiendo libertad de interpretación del contenido del Corán, el libro sagrado de los musulmanes, los extremistas asuman que el terror está permitido en sus aleyas? Por supuesto que no. Es tiempo, entonces, de que los jefes de las comunidades islámicas realicen un proceso de explicación e interpretación del Corán, que no tiene absolutamente ninguna cercanía con los actos terroristas, para llamar al abandono de las referidas prácticas violentas. Los musulmanes son los primeros que deben combatir al fundamentalismo y extremismo islámicos, cuyos equivocados afiliados no representan ni siquiera el 1% de la religión fundada por Mahoma (622 d.C.).