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La Organización Internacional del Trabajo, en 1978, mediante la aprobación del Convenio N° 151 y la Recomendación N° 159, vinculados al derecho a la negociación colectiva y las relaciones de trabajo en la administración pública, declaró el 27 de junio de cada año como el Día del Trabajador del Estado -se celebra en Argentina y Colombia-. Lo hizo en la idea de relievar el reconocimiento de quienes, laborando en las diversas dependencias del Estado, entregan todo su talento y sus energías para el desarrollo del país y, lo más importante, lo hacen felices y convencidos de que contribuyen al engrandecimiento de la patria. No creo en las satanizaciones que se hacen del sector público peruano, que muchos denominan burocracia. En el Estado hay personas talentosas, como también hay ociosos e ineptos que suelen marcar tarjeta por la mañana dejando que el día transcurra sin ningún cambio hasta que, al cumplir las ocho horas de la jornada, vuelven a hacerlo y se van a casa con el “placer” de que nada fue distinto. Esto último es verdad, y mucho se ha escrito al respecto. Me anima más bien concentrar estas líneas en aquellos hombres y mujeres que aman su trabajo en los ministerios y otras entidades públicas. Los hay, y no es cierto que sean los menos. Lo que pasa es que los otros, los que se conforman con el statu quo y viven sumergidos en el confort de que nada cambie, que no es otra cosa que confirmar su mediocridad, más bien sobresalen por sus deméritos. El Estado peruano concentra la mayor cantidad de ingresos que cualquier otra entidad del país, y eso hace que cuente, además, con una mayor cantidad de seres humanos (aproximadamente 1.4 millones), en los que se va gran parte del erario para el pago de planillas. Eso también es cierto y no debe ser mal visto, porque finalmente el dinero del Estado debe ser para quienes lo componen, nada más que bien administrado, evitando gollerías y privilegios que terminan impactando negativamente en el desarrollo del país. Nadie debería laborar en el Estado si no está calificado, y hay que adecuar a más trabajadores a la Ley del Servicio Civil. Así los buenos trabajadores serán cada vez más visibles.