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Ante un planteamiento innovador o modificador de hábitos vigentes en generaciones anteriores, no faltan padres que sostienen que “en mi época, funcionaba”. Dejémoslo como era.

Sea iniciar el colegio en abril, abundantes tareas, aprendizaje memorístico y enciclopédico de humanidades, uniformes, pasarse libros de un hermano a otro menor, control parental sobre los horarios de comer, dormir o ver TV; o, sea la vida de barrio, el arreglo a golpes del bullying, así como la negación a la existencia de niños con problemas psicológicos limitantes de su aprendizaje o regulación de su conducta.

Es una típica distorsión (idealización) del pasado, descontextualizándolo de las condiciones sociales, culturales, familiares, sociológicas y tecnológicas de cada época, que condicionan la vida de las familias y de los niños, y sin duda también de la escuela. Basta con tomar nota del creciente fenómeno de disolución y pérdida de autoridad familiar, la existencia de internet y redes sociales, la exposición aumentada a los disvalores sociales, el uso intensivo de videojuegos y comunicaciones a través de teléfonos inteligentes, los avances de neurociencia y la comprensión de síndromes, así como las ciberpesadillas (sexting, pederastia, delitos, acoso, pérdida de privacidad, erotización de la vida social), para entender que no podemos pretender que las soluciones de antes se pueden reproducir hoy y aspirar a que produzcan los mismos (¿buenos?) resultados.

Cada época tiene sus retos y condiciones. Asumirlo mirando desde el presente el futuro nos permitirá educar mejor a nuestros hijos.