El escándalo que hoy rodea a Acción Popular, partido histórico fundado por Fernando Belaunde Terry, no es menor ni anecdótico. Las graves denuncias sobre un bien documentado fraude en sus elecciones primarias no solo truncaron su participación en las Elecciones Generales 2026 al ser declarados nulos sus comicios por el JNE, sino que exponen el deterioro profundo de lo que alguna vez fue una organización clave de nuestra democracia.

El problema no es exclusivo de Acción Popular. Lo que vemos es una constante: partidos antiguos y de reciente creación atrapados en guerras internas, disputas de camarillas y pugnas de poder donde la mezquindad política reemplaza al proyecto colectivo. El adversario ya no está afuera, sino dentro. Y en ese fuego cruzado, cualquier militante genuino queda desalentado, expulsado o neutralizado.

Los partidos deberían ser instituciones legitimadas ante la sociedad, representativas, democráticas y duraderas. Deberían articular Estado, mercado y sociedad. Pero muchos han degenerado en simples maquinarias electorales, dispuestas a sacrificar institucionalidad, reglas y principios con tal de ganar una interna o controlar un padrón.

Hoy vemos a un partido histórico, grande en agonía hasta enero del 2027, año en que perderá la inscripción no por falta de historia, sino por exceso de pequeñez. “Enanos políticos en acción” que confunden astucia con liderazgo y cálculo corto sin visión de Estado. La política no se construye mirando el árbol, sino el bosque. Si seguimos premiando la mediocridad interna, no esperemos grandeza en el gobierno. Las lecciones están a la vista. Falta voluntad para aprenderlas pero nunca se es tarde para hacerlo.