Cuando una persona aprende desde niño a hacer las cosas porque otros se lo exigen (bajo pena de castigo, bajar notas, prohibiciones), al crecer va perdiendo el temor a las amenazas y castigos que vienen del otro, haciéndose común el desacato. Ocurre cuando las normas no fueron aprendidas por convicción sino por imposición, cuando los reglamentos sustituyeron a la disciplina positiva, cuando el miedo a la sanción sustituyó a la razón, cuando el “sálvese quien pueda” venció al bienestar colectivo. Cada vez que se le impone al alumno una conducta, se pierde la oportunidad de que éste la aprenda convencido de su conveniencia.

Si aceptamos la idea de que lo que uno aprende en casa y en la escuela deja huellas para toda la vida, podríamos deducir genéricamente que la conducta de desacato continuo de los adultos de hoy se sostiene en el andamio ético, cognitivo y social que se construyó en su infancia y adolescencia. Siendo así, podríamos aspirar a la inversa. Es decir, crear las condiciones en la escuela de hoy para que los egresados conformen la sociedad de mañana que nos haga sentir satisfechos con su conducta. Abandonar la escuela autoritaria, reglamentarista, represiva, que forma alumnos castigo-dependientes, sustituyendo el miedo a la represión por la construcción de la autonomía, responsabilidad personal y desarrollo ético de los estudiantes.

Éstas podrían hacerlo con sus alumnos bajo el liderazgo de un Minedu que en vez del lenguaje controlista, represivo y sancionador expresara confianza y aliento en las capacidades educadoras y autonomía de las instituciones educativas.