Mi adhesión a la causa de Mauricio Macri es conocida, pero al presidente electo y a su gente se les pasó la mano con todo el entuerto de la transmisión del mando de este mediodía. Lo voy a explicar. La Constitución de Argentina establece de manera literal que “el presidente de la Nación cesa en el poder el mismo día en que expira su periodo de cuatro años”; es decir, a las cero horas de hoy C. Fernández ya no lo sería si nos pegamos literalmente a la norma constitucional. Sin embargo, eso no es así porque junto a esa norma jurídica está aquella otra no menos importante relativa a la indispensable obligación de jurar el cargo como condición para ejercerlo y gozar del reconocimiento constitucional. Macri es tan electo desde que recibió las credenciales como presidente de Argentina como hasta el minuto anterior a la juramentación, lo que incluye a las primeras 11 horas 59 minutos de hoy. Que lo haga en la Casa Rosada o en la Plaza de Mayo si quisieran continuar irritando a los kirchneristas o en el Congreso, como prefieren los gobiernistas salientes, es una cuestión secundaria. Lo relevante es que jure porque en derecho solo los actos ad solemnitatem otorgan validez a los actos jurídicos que emanan de sus cargos. En el Perú, el presidente saliente el mismo día que deja de serlo va al Congreso y se deshace de la banda presidencial. Solo en ese instante deja de ser presidente y no antes, y para evitar el vacío del poder asume temporalmente el presidente del Congreso hasta que jure el electo. En Argentina, el mandatario se desprende de la banda solo cuando lo impone al sucesor y esa práctica no se realiza a la medianoche. Sensatez.