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Amanda Lang, en su libro The Power of Why (Pág. 59/60), trae un lindo ejemplo de cómo Claude Legrand llega a la deconstrucción de un enunciado que hace una madre a la hora de describir la conducta indisciplinada de su hija de ocho años, partiendo del enunciado que esa madre escribe sobre un problema que quiere resolver. El enunciado debe iniciarse con la pregunta “cómo (lograr) que…”. La participante escribe: “¿Cómo puedo hacer que mi hija se comporte mejor?”. Legrand decide que las claves están en las palabras “hacer”, “mi”, “comportarse” y “mejor”.

Pide a la madre definir “hacer” y pregunta: “¿Qué está dispuesta a hacer para obligarla?”. La madre se da cuenta que no es mucho lo que puede hacer y que, en realidad, su hija estaba siguiendo el ejemplo de la madre, por lo que lo sería pertinente servirle de mejor ejemplo.

Luego pasan a la palabra “mi”. Pregunta: “¿Es madre soltera?”. No, está casada. Se da cuenta que es hija de ambos y que el marido debe estar involucrado en cualquier solución. Legrand se da cuenta que aquí hay un asunto de concepciones educativas diferentes de ambos padres, que hacen crisis en la conducta de la hija.

De allí pasan a la palabra “mejor” y la mujer descubre que, en realidad, a lo que se refiere es a sus expectativas no siempre explicitadas. Una medida arbitraria y subjetiva que no sirve de mucho a una niña de 8 años (o su padre). Terminada la sesión, la mujer se siente aliviada de haber entendido qué cosas están en sus manos hacer para lograr que su relación con su hija y esposo produzcan un contexto más favorable a la buena conducta de su hija.