No pocos adolescentes sienten que la escuela es retrógrada y está totalmente “fuera de foco”. Si se parafraseara lo que viven y sienten sería algo así: “Nos enfrentamos a un sistema educativo que no considera nuestras diferencias individuales, imponiéndonos estándares y un currículo uniforme sin opciones adaptadas a nuestras capacidades y formas de aprendizaje. Se nos pide ser flexibles, pero desde una estructura inflexible que no permite innovaciones ni cambios. Nos enseñan la importancia de la democracia y la participación ciudadana, pero rara vez se nos da la oportunidad de expresar nuestras opiniones en temas que afectan nuestra educación y futuro.

Nuestras necesidades emocionales no son atendidas adecuadamente. Nos piden confiar en nuestros docentes, pero se nos prohíbe discutir temas relevantes como el aborto, la identidad de género y la sexualidad. Lo que aprendemos no se conecta con el presente ni con el futuro que enfrentaremos. Se nos acusa de bullying, pero el sistema escolar a veces nos maltrata al crear jerarquías y un ambiente competitivo que fomenta divisiones y conflictos.

Nos dicen que deberíamos disfrutar de nuestra educación, pero las exigencias académicas excesivas nos ahogan. Nos animan a ser autocríticos, pero el sistema no muestra ninguna capacidad de autocrítica. Un currículo que no sirve, metodologías que no emocionan, fortalezas que no se cultivan, y docentes a veces incompetentes, todo necesita ser revisado y mejorado.

En conclusión, es imperativo reformar la escuela incoherente y caótica y dejar de  culpar a los adolescentes por serlo.