El Presidente de la República debe comunicar sus mensajes con claridad y precisión. Es el primer atributo que resalta desde su condición como candidato en una contienda electoral. No garantiza su victoria, pero le da cierta ventaja en campaña; en cambio, al estadista se descubre en la práctica a través de sus decisiones y actos de gobierno. En la Constitución, la presencia de un jefe de Estado transitorio está prevista cuando se agota la plancha presidencial ganadora, un periodo excepcional y temporal (artículo 115 CP). Se trata de una institución ocupada en garantizar las elecciones generales que convoca tras asumir la presidencia, administra la hacienda pública y atiende con eficiencia los problemas que se presenten en el camino. En la práctica, la presidencia del Consejo de Ministros se encargará de compensar las falencias del jefe de Estado, entre ellas los problemas de comunicación, dado que después del presidente es el principal portavoz autorizado del gobierno (inciso 1 artículo 123 CP).

La persona que ocupa la primera magistratura debe pensar y actuar como un estadista, es decir, con la capacidad de ponerse por encima de cualquier división partidaria en la permanente y creativa búsqueda del bien común, asumir la responsabilidad de sus decisiones y ponerse en primera línea de batalla bajo cualquier coyuntura ordinaria o extraordinaria que vivamos como país: afrontar la crisis sanitaria, resolver una huelga médica y poner las bases para una reactivación económica en medio de una campaña electoral. Por tanto, no perdamos de vista que se trata de una presidencia excepcional que debe garantizar unos comicios transparentes, conducir al país para vencer la pandemia, volver a la senda del crecimiento económico y entregar la posta al ganador oficial el 28 de julio, cuatro retos que son más para un estadista que un comunicador.

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