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Me ha sorprendido ver cómo a veces algunos medios levantan desproporcionadamente alguna noticia que involucra a algún venezolano trasgresor, o la de quienes se quejan que los venezolanos les quitan el trabajo a los peruanos. Con ello, no solo agreden injustamente a una enorme cantidad de migrantes que dan hasta la última gota de sudor diario para sobrevivir dignamente dentro de la precariedad de su situación, sino que desconocen que hay tres millones de peruanos residiendo en el extranjero, para quienes seguramente los mismos críticos desearían que sean acogidos y tengan abiertas las oportunidades para estudiar, incluso becados, emplearse y residir legalmente.

Me sorprende también que algunos digan que “deberían mandarlos” a las zonas más inhóspitas del Perú que podrían requerir de la presencia de profesionales y técnicos como los que hay entre los migrantes. Me pregunto por qué deberían mandarlos a alguna parte. ¿Acaso son esclavos o prisioneros obligados a un trabajo forzado? Les es difícil aceptar que, una vez llegados al Perú, cada uno evalúa sus opciones y escoge el camino a seguir como cualquier otro ciudadano.

Esta mirada xenofóbica y jerarquizadora respecto de estos extranjeros es otra arista de los problemas de exclusión, discriminación, egoísmo y falta de integración, solidaridad, sentido de comunidad y responsabilidad social que afecta a nuestra ciudadanía.

Este es un tema cívico y ético de gran importancia, que debería tratarse no solo en los medios sino en todas las familias y escuelas que se atreven a postular una educación en valores y educación ciudadana.