Parece paradojal exigir a los colegios que califiquen a los alumnos como no lo harían los padres con sus hijos. ¿Nos imaginamos poniéndoles notas como “12 en conducta” “14 en comunicaciones” u ordenar a los hijos por méritos y asumir que aquellos con mejores notas tendrán mayor bienestar?
Consideremos a Vilma, quien se esfuerza tanto que tiene gastritis; a Luis Miguel, deprimido porque siente que su vida no tiene rumbo; y a Diana, una excelente amiga empática y resiliente, aunque no se preocupa por las notas. ¿Es justo valorar más las notas que las habilidades como la salud mental, empatía y la resiliencia, que son los mejores predictores del éxito en la vida?
Las escuelas han priorizado la memorización y la conformidad durante generaciones. Sin embargo, la investigación revela que las habilidades blandas son cruciales para el desarrollo integral y el éxito. Un estudio de Stanford encontró que la empatía y la resiliencia están más correlacionadas con el bienestar a largo plazo que las habilidades cognitivas. También va en esa dirección Angela Duckworth, «Grit: The Power of Passion and Perseverance».
¿Es posible que las escuelas de 2024 aún mantengan un enfoque anticuado, ignorando la importancia de la empatía y la resiliencia? La presión de los padres por evaluaciones cuantitativas y la formación docente alineada con estos parámetros dificultan el cambio de paradigma. Si los padres valoraran más las habilidades blandas, el éxito de sus hijos no dependería de sus notas. Al final, ser una buena persona, responsable y empática es más importante que ser el mejor alumno de la clase.