Cuando nace un hijo, se gesta en los padres una enorme cantidad de amor antes inexistente. Cuando nacen los siguientes hijos, se gesta más amor aún que luego crece con las interacciones cotidianas con ellos.
Los educadores tenemos el privilegio de vivir esta experiencia cada vez que entramos en contacto con nuevos alumnos. Despertamos nuestras capacidades de empatía, entusiasmo, ilusión, afecto, que luego se nutren con las interacciones cotidianas con ellos.
También a veces nos angustiamos, frustramos y decepcionamos porque estas interacciones no producen una retroalimentación alentadora ni agradable. Eso nos tienta a alejarnos de quienes no responden a nuestro afecto. La pregunta que deben hacerse los padres y educadores responsables es qué hacer en estos casos: ¿Evadir?; ¿alejarse de quien los incomoda?; ¿persistir con estrategias alternativas?
Mis deseos para el año 2015 son que padres y educadores conscientes empiecen por luchar contra sus propias dificultades y deseos de alejarse o deshacerse de los niños y jóvenes que les resultan más problemáticos, en vez de culparlos y excluirlos de nuestra cercanía y esfuerzos por gestar una buena relación. También que los colegios cuya política es la de excluir o desentenderse de los alumnos que requieren más afecto y apoyo, desaprobando, sancionando o expulsando a los que tienen dificultades, se conviertan en espacios acogedores y protectores de esos niños, de modo que ellos sientan a sus profesores como acompañantes de su superación en vez de verdugos que los etiquetan como fracasados.