Mientras escribos estas líneas, las tendencias en el Perú son Jefferson Farfán, Melissa Klug y Cristhian Cueva. La mayoría de peruanos no le da importancia a lo que sucede en el Congreso, que está por dar el zarpazo para cambiar trece artículos de la Constitución, desparecer la Junta Nacional de Justicia (JNJ) y elegir a los jefes de la ONPE y RENIEC en el Senado. Esto solo grafica la inacción de la gente, que se parece mucho al desinterés frente una situación crítica en el país. Por eso los parlamentarios se sienten todopoderosos y ni siquiera permiten el debate de estos temas con los sectores involucrados.

Es evidente que los congresistas quieren que las reformas constitucionales se adapten a sus deseos. Creo que estas acciones sugieren un proyecto, que fundamentalmente, plantea neutralizar a organismos que los incomoda en el poder. Por supuesto, esto es peligroso. No solo genera insitituciones débiles sino un sistema democrático débil.

Konrad Lorenz decía en su libro “Sobre la agresión: el pretendido mal” que “la necesidad instintiva de ser miembro de un grupo bien unido y que luche por ideales comunes es tan fuerte y estimulante que tiene importancia secundaria sabe cuáles son esos ideales y si tienen algún valor. Una vez que se fija una valoración emocional, el individuo vivirá, luchará y, en ciertos casos, guerreará ciegamente por ese valor”.

Eso es lo que sucede hoy con el Congreso. Funciona como grupo que va al ataque con todo y contra todos, con la fuerza motriz más poderosa: el resentimiento. Los congresistas quieren controlar todo y demostrar que este poder del Estado es el que manda. Quieren decirle a los periodistas que les llega sus investigaciones. Quieren enrostrarle a los millones de peruanos que no les interesa que en las encuestas los desaprueben.

Están tan obnubilados por su poder que no se dan cuenta que hoy están en sus efímeros pedestales y que el hartazgo de la gente los triturará en las próximas elecciones. El gran problema es que aparezcan extremistas y radicales que tengan mayoría en el 2026. Imagínense que Antauro Humala u otro energúmeno controlen la ONPE y la RENIEC.