Muchos no parecen darse cuenta de que a quien hay que agradecer que el señor Pedro Castillo pueda ser nuestro nuevo presidente es a la señora Keiko Fujimori Higushi. Si el señor Castillo no hubiera competido con ella, no hubiera ganado jamás. Cualquiera- subrayo, cualquiera- desde López Aliaga hasta Acuña, Forsyth o Guzmán, etc- le ganaba a Castillo.

Pero, para suerte del profesor, le tocó la peor, la del mayor antivoto, la señora a la que le espera un pedido de prisión por los millones de dólares que le enviaban los banqueros, o la constructora más coimera de toda Latinoamérica. Cualquiera le ganaba a Keiko. Le ganó un tipo sin historia conocida a una señora demasiado conocida, especialmente por su aporte de la democracia en estos últimos cinco años donde tuvimos 4 presidentes.

Muchos tontos útiles creyeron -o se dejaron usar- que estábamos defendiendo a la democracia ante el peligro del profesor con amigos vinculados con el terrorismo senderista. La otra mitad del país creyó que el peligro para la democracia era esta señora, que se la jugó el todo por el todo, no porque ser presidenta fuera su prioridad. En realidad, era el medio para obtener impunidad y no separarse de sus hijas y marido. En ello debió pensar cuando transformó un partido político en organización criminal, a decir de la argumentación de los fiscales.

No confundamos a la derecha con el fujimorismo. Ser de derecha no implica ser mafioso o corrupto. La corrupción se colgó del fujimorismo desde el momento en que Fujimori padre se convirtió en un hermano siamés del delincuente Montesinos, ese capitán repudiado del Ejército por traición.

El Perú merece una mejor derecha, honesta tanto como una izquierda lejos de la ideología de la violencia y de los resentidos que respiran odios y rencores. Ahora viene el trabajo de verdad, todo lo que nos va a costar mantener la democracia con este señor que hasta el momento solo ha probado lo peligroso que es.