Escribo antes de conocer el resultado electoral. La gran pregunta es cómo se comportará el perdedor y sus simpatizantes. No en vano han ahondado más la zanja entre quienes han sabido adaptarse al modelo económico y quienes creen que urge un cambio en beneficio de las mayorías. Quien será el nuevo presidente de la República debe reconocer que su triunfo será pírrico, aceptar que hay una mitad del país (contando los nulos, blancos y viciados) que no está conforme con su elección y que los próximos cinco años deberá convencer de su capacidad de gestión.

Sería torpe que el nuevo jefe de Estado adopte una postura monárquica, sin convocar a otras corrientes políticas ni tender puentes en muestra de reconciliación. Lo que debe tener muy claro el ganador es que no ha logrado la mayor votación porque el país se unió sino por su fragmentación.

Los congresistas Manuel Merino y Luis Valdez son testigos de que no se puede gobernar sin la aprobación de la población. Y que si el poderoso se desentiende de la gente, como lo hicieron ellos usurpando los poderes del Estado, puede terminar como un apestado.

¿Qué hacer frente a una masa inconforme con la elección? Lo lógico es que demuestre su liderazgo, que sume algunas propuestas viables del perdedor y que este, al final, digiera su derrota en las urnas. Y si este último de verdad deseó el bienestar del país, que no incendie la pradera.

Al fin y al cabo, de los últimos perdedores de elecciones presidenciales no hemos visto a alguno llamar a la protesta en las calles, sino más bien un comportamiento violento en el Congreso. Hay que saber perder. Esperemos que esa historia no se vuelva a repetir por venganza política.