Se acaba el 2026 y el balance es negativo. Apenas un 5% de peruanos cree haber tenido un buen año, mientras la mayoría lo califica como regular (51%) o directamente malo (43%), según Datum. No es pesimismo gratuito: es memoria reciente. El año se va sin despedida, como esos visitantes incómodos que no dejan nada bueno y, encima, rompen algo antes de irse.

El Ejecutivo y el Legislativo, fieles a su tradición, no estuvieron a la altura de las circunstancias. Mostraron una sensibilidad para detectar “oportunidades” de ampliar privilegios, pero una torpeza conmovedora para escuchar el pulso de la calle. Mientras la gente pedía seguridad, trabajo y algo parecido a futuro, el poder afinaba su oído para el aplauso propio y el beneficio inmediato. Gobernar se confundió con servirse a ellos mismos.

No sorprende, entonces, que el “personaje positivo” del 2025 sea, para el 39% de ciudadanos, nadie. Un vacío con nombre propio. El presidente José Jerí aparece muy lejos, con un 7% que parece más un error de muestreo que un respaldo real. Más desconcertante aún: Pedro Castillo, símbolo del desastre institucional, alcanza 3%, superando al Papa León XIV y a Rafael López Aliaga. El país no solo está desencantado: está huérfano de referentes.

El Perú necesita algo más que discursos con voz impostada y promesas de ocasión. Necesita esperanza, pero no esa que se imprime en afiches de campaña, sino una que se construya con hechos. La reconstrucción moral del país es una tarea monumental, pero antes hay que remover los escombros: la corrupción normalizada, la incompetencia premiada y el cinismo convertido en política pública.

Datum también deja claro cuál fue el golpe más duro del 2026: el aumento de la delincuencia (37%), seguido de la extorsión (14%). El miedo ya no es una percepción, es una rutina. Y frente a eso, el show presidencial resulta patético. José Jerí ha probado todos los ángulos de cámara para caer simpático, pero ninguna pose alcanza cuando la realidad empuja. “Esta guerra no la voy a perder. Tampoco, por el tema del tiempo, la voy a ganar”, dijo hace poco. Una frase perfecta para cerrar el año: no hay victoria, no hay derrota, solo la cómoda renuncia a gobernar. La factura, como siempre, queda para el siguiente. Y para todos nosotros.