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Yolanda Rodríguez Ribeyro (54) es una nueva víctima de la violencia callejera y de un Estado que en los últimos años no ha sido capaz de tomar decisiones relevantes y acertadas para frenar la ola de criminalidad como la que el lunes último acabó con la vida de esta persona, mientras estacionaba su vehículo en su casa de Santiago de Surco al lado de su esposo, Víctor Rivera Molina (59), quien también recibió un tiro en el brazo.

Lamentablemente, este Gobierno, al igual que los anteriores, prefiere mirar a otro lado al momento de afrontar problemas de fondo como el de la violencia que ha matado a la señora Rodríguez Ribeyro y a decenas cada semana, tanto en Lima como en provincias. Claro, más rédito político da desprestigiar a un Congreso que se desprestigia solo y pedir adelanto de elecciones porque “la calle” y las encuestas lo piden.

Sin embargo, el presidente Vizcarra debería darse cuenta de que la violencia callejera, que cobra vidas, afecta el patrimonio y no permite vivir con tranquilidad a millones de peruanos, es considerada el principal problema que golpea a la ciudadanía. ¿No sería bueno que, al menos por unos puntitos en las encuestas, el Mandatario ponga el Estado a trabajar para sacar de circulación a tanto asesino y ratero que anda suelto?

La ola delictiva comenzó durante el gobierno de Alan García, especialmente en el norte del país. Durante el mandato de Ollanta Humala, el problema creció exponencialmente pese a que en campaña el comandante se presentó casi como un sheriff capaz de poner freno a los bandidos, al mismo estilo del Lejano Oeste. Sin embargo, el hombre resultó ser un tremendo fiasco. Hoy la situación está peor, ya que asaltan hasta dentro del Jockey Plaza -solo por mencionar un lugar supuestamente seguro-, a plena luz del día.

Estoy seguro de que a los deudos de la señora Rodríguez Ribeyro, quienes hoy deben estar acudiendo a su sepelio, poco o nada les importa tener a un presidente peleándose con los fujimoristas y los apristas, en lugar de estar asumiendo el liderazgo para frenar la ola de violencia. Lamentablemente, el jefe del Estado está dispuesto a irse antes de tiempo sin haber sido capaz de al menos dar un paso importante para frenar la muerte de gente inocente en las calles.