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Escucho la radio tratando temas polémicos que nos afectan como ciudadanos. Situaciones típicas para las que tomar posición demandaría previamente investigar los argumentos a favor y en contra, entender los intereses en juego, las dimensiones económicas, políticas y sociales para finalmente aquilatarlas y ser capaz de tomar una posición informada.

Escuché temas debatibles como prohibir o no que dos personas viajen en motos lineales -por los casos de sicariato-; permitir o no que la Policía custodie bancos -por los reiterados robos-; permitir o no el uso de armas para defensa personal como en Estados Unidos -a la luz de la incapacidad de ejercer la defensa propia en ausencia de policías-; aprobar o no la moratoria universitaria -por el temor a la creación de universidades sin calidad-; el uso o no del concepto de “guerra interna” para describir lo ocurrido entre 1980 y 2000 -por las implicancias ideológicas-; y si la compra de Mifarma por parte de Inkafarma constituye un monopolio que afectará a los consumidores. No faltaron las notas sobre la legalización de la marihuana para consumo personal y medicinal y la vacancia presidencial.

No podía dejar de preguntarme en función de qué decidirían su posición los ciudadanos, asumiendo que no hayan sido formados precisamente para ese ejercicio de investigar, analizar, aquilatar, ponderar y tomar posición frente a cada tema polémico.

¿No es acaso introducir estos temas multidisciplinarios de debate cotidiano en la vida escolar lo que posibilita la formación ciudadana, en vez de los tediosos casos hipotéticos que aparecen en los textos?

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