Corre a favor de Ollanta Humala, en medio de la tragedia que implica ir a la cárcel, haber sido soldado y, desde la formación para convertirse en oficial del Ejército Peruano, convivir encerrado en un cuartel -donde las pruebas de supervivencia son duras y constantes- y estar lejos de la familia.

Ya se lo adelantó a su abogado: “Esto (su celda en la Diroes) es muy similar a un cuartel”. Entiéndase, entonces, que no se hará muchos problemas para resistir la prisión preventiva y trabajar con tranquilidad su estrategia de libertad (y la de su esposa, Nadine Heredia).

¿Qué pasaría si Alejandro Toledo, el otro exmandatario que tiene orden de captura, finalmente es recluido en un penal? Agárrate, Catalina. El “Cholo”, como se autodefine y gusta que le digan, la pasaría muy mal, porque su ego y su cuerpo no están preparados para un encierro con las esposas del escándalo.

Parafraseando a Eliane Karp, Toledo se volvió más pituquito que los “pituquitos miraflorinos” y ni los apus, que según ella lo declararon “sano y sagrado”, escucharían sus eventuales lamentos y pesares por mutar de la opulencia ecoteviana al fiambre canero. Ni de vainas.

“En mi país, primero vas a prisión, luego eres Presidente”, escribió alguna vez, con un espejo delante, el gran líder sudafricano Nelson Mandela. Aquí, en nuestro querido Perú, está pasando lo contrario por obra y gracia de la corrupción, y eso debe obligarnos a un mea culpa general, porque los jefes de Estado no se eligen solos (aunque a veces sí).

¿Y qué pasaría si Alan García cae en desgracia? Esa es harina de otro costal, bastante grande.