No solo el número 7 es dominantemente bíblico. También lo es el 40, y con relevancia en la historia de la política internacional. El mundo católico está viviendo el tiempo de Cuaresma, que es de purificación y de penitencia, preparando el camino hacia la Pascua de Resurrección, pues va desde el denominado Miércoles de Ceniza, que fue el pasado 17 de febrero, hasta el Jueves Santo en el calendario litúrgico, que será el jueves 3 de abril, próximo. ¿Por qué 40?, pues fueron 40 los días de Jesús en el desierto en que fue tentado por el demonio, y 40 los días que duró el diluvio descrito en el Antiguo Testamento (Génesis 7).

Durante la Edad Media -va del 476 d.C. con la caída del Imperio Romano de Occidente a 1453, en que se produce la toma del Santo Sepulcro de Jerusalén por los turcos otomanos de Mahomet II-, la religión determinó la vida social y política. De hecho, el papa tuvo mucho más poder que los reyes. Cobró mucha importancia la cuaresma que fuera introducida en los tiempos de la Iglesia primitiva, período anterior al Medioevo, por el padre Irenaus de Lyon (130 d.C a 200 d.C), y luego empoderada por el Concilio de Nicea en el 325 d.C.

La cuaresma, entonces, sirvió como oportunidad idónea para que los prisioneros e impíos pudieran convencerse de confesar sus delitos y merecer por esa actitud, el perdón. Así fue que con los años, en el marco del derecho de la guerra, se hizo una práctica en medio de los conflictos no ejecutar durante la cuaresma a los condenados a muerte porque se abrigaba la esperanza del arrepentimiento y/o la delación.

No debe confundirse con la tregua -lapso del alto el fuego- que solía acordarse entre los combatientes durante la Navidad o el Adviento, y muy desarrollada por el derecho internacional humanitario en los tiempos inmediatos a la firma de la Paz de Westfalia de 1648 que puso fin a la Guerra de los Treinta Años en Europa.

Cuando se reiniciaron las batallas, los prisioneros o los que pudieran caer en esta condición, eran nuevamente librados de las ejecuciones o en todo caso terminaban desterrados si acaso dichos combates coincidían con los 40 días que suponía el tiempo de la cuaresma, escrupulosamente respetados por tirios y troyanos.