Donald Trump ha decidido resucitar la Doctrina Monroe, pero lo que presenta como una nueva estrategia de seguridad para el siglo XXI es, en realidad, la reedición de un principio anacrónico: “América para los americanos”, entendida como América Latina para Estados Unidos. Lo inviable del planteamiento no radica solo en su tono imperial, sino en su absoluta desconexión con la realidad geopolítica del continente. Trump exige tres compromisos inmediatos a América Latina y el Caribe: colaborar con el control migratorio hacia el norte, intensificar la lucha contra el narcotráfico y, sobre todo, alejarse de China. Este último punto es el más insostenible. Estados Unidos permitió durante más de una década la expansión económica, financiera y tecnológica de China en la región. En el Perú, China es el primer socio comercial, inversionista clave en minería, energía, telecomunicaciones y banca, y con el megapuerto de Chancay, un nodo estratégico de alcance regional que reconfigura el flujo logístico del Pacífico. ¿Cómo imaginar un “alejamiento” cuando la economía peruana está profundamente integrada a China? Pretender revertir este proceso con una declaración doctrinaria raya en el voluntarismo geopolítico sin base en la realidad. La Doctrina DonRoe desconoce esa transformación y subestima la autonomía creciente del continente, que no puede elegir entre China o Estados Unidos, sino entre dependencia o soberanía. Y la soberanía, hoy, se construye diversificando, no obedeciendo. Necesitamos desarrollo sin imperialismos que nos obliguen a tomar partido en la pugna por la supremacía mundial entre Washington y Pekín.

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