Qué difícil resulta tratar de entender el desdoblamiento moral con la que se conduce la caviarada local. La plasticidad deontológica, de la cual hacen gala, proviene, indudablemente, del progresismo global.

Durante los últimos 20 años, hemos presenciado el festín mediático de este gremio cuando sus enemigos políticos e ideológicos eran maltratados, vejados, humillados y hasta encarcelados. Para ellos, era normal, democrático y hasta laudable la espontánea manifestación de repudio de la sociedad civil.

Esta semana, entre lágrimas, una conocida comunicadora caviar anunciaba su alejamiento público, a raíz del desatinado comentario sobre la muerte de seis soldados ahogados en Puno. Con total cinismo y desparpajo, pretendió tergiversar la información, deslindando de toda responsabilidad a los lugareños, que como se sabe, atacaron a los soldados de forma violenta, obligándolos a huir por un río, donde encontraron un trágico final. Y como era lógico, no se hicieron esperar las manifestaciones de indignación y repudio de miles de personas, pues lo contundente de los videos difundidos en redes demuestra todo lo contrario a lo que ella afirmaba.

Al unísono, la flor y nata de la comparsa progre han puesto el grito en el cielo y han victimizado a su falso valor, afirmando que la caída de su compañera no se debe a errores propios, sino al machismo y a la misoginia clasista y racial existente en la sociedad. Ahora, este sector, ¡se indigna! Hasta hace poco tiempo, este mismo sector escondía las cutras de Toledo, Villarán y compañía; maquillaba el número de muertos del “lagarto” Vizcarra y minimizaba la clandestinidad de Sarratea.

Conocer la denuncia —en vivo y directo, que una conductora de TV se beneficia de los fondos públicos—  o ver protestas contra “inmaculadas” ONG son producto de lo que sembraron: esas “conductas” que antes alentaban y festejaban, hoy les pasan factura. Recuerden, siempre se cosecha lo que se siembra.

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