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La mayoría de las escuelas son estructuralmente corruptas, porque estafan a los alumnos al pedirles que dejen de pensar por sí mismos y que asuman como verdadera la versión que el profesor y los libros les traen sobre los temas humanos y sociales. Usan los exámenes y notas para obligarlos a agachar la cabeza y someterse a la “verdad oficial” o a lo “políticamente correcto” para no ser castigados o reprobados, o los manipulan para que aspiren a alcanzar un premio o puesto de honor. Así, en lugar de ser un espacio para abrir la cabeza y salirse de la caja, se convierte en un espacio que estrecha la mente y la condena a estar en la cuadriculada cajita convencional.

La mayoría de las escuelas son estructuralmente causantes del bullying, es decir, productoras del acoso psicológico al que están sometidos de manera continuada muchos de sus alumnos que sufren cotidianamente de estrés y angustia escolar, especialmente quienes no responden al nivel del estándar que se le ocurre fijar al Ministerio de Educación o a los propios colegios. Con ello, no solo desconocen el saber de la moderna neurociencia, psicología y pedagogía, sino que hacen caso omiso al respeto a las diferencias individuales, que es el fundamento de la construcción de la vida democrática. Por si fuera poco, con su sistema de evaluación que ranquea alumnos (entre los buenos y los malos) empoderan a los de arriba, que sienten el derecho de burlarse, y debilitan a los maltratados de abajo, que tienen que resignarse a su desgracia.

¿No es hora de girar a posturas escolares pro-niño que formen una ciudadanía democrática?