Los niños que entraron a la educación inicial en el año 2016 egresarán en el 2030 a un mundo que estará dominado por máquinas inteligentes, lo que demandará de ellos poseer habilidades más allá de las tradicionales en aritmética y literacidad, como pensamiento crítico, creatividad, empatía, colaboración, capacidad de profundizar en conocimientos específicos y darle sentido a su aprendizaje.

Por su parte, la inteligencia artificial habrá transformado las aulas y el aprendizaje, permitiendo a los maestros crear contenidos personalizados para cada estudiante, así como monitorear y rastrear el progreso de cada niño, tanto en literacidad y aritmética como en atributos personales amplios como la resiliencia, mentalización, perseverancia, capacidad de involucrarse con las preguntas éticas que les plantea la tecnología y sus implicaciones en la privacidad, transparencia, equidad y en los sesgos que tendrán incorporados los algoritmos del software inteligente que afectará sus vidas (las máquinas inteligentes aprenden a procesar información y tomar decisiones en función de cómo fueron programados por los humanos que los diseñaron).

El gran reto para los curriculeros y autoridades ministeriales que piensan en los problemas del presente, así como para los maestros y padres que imaginan (equivocadamente) que la universidad del 2030 será idéntica a la de hoy, está en diseñar hoy una escuela que responda a los requerimientos de sus egresados dentro de 14 años, entendiendo que el egresado que hoy cursa la alta secundaria no requerirá lo mismo que el que recién entra a inicial o primaria.