Las izquierdas peruanas han aprovechado al Covid para atacar al modelo económico. Arguyen que la pandemia ha desnudado los peligros del “Estado mínimo” y que, a la hora que quemaron las papas, todo el mundo, incluyendo a las empresas privadas, voltearon las miradas hacia el Estado.

¡Cuánta falacia! Primero, el Estado peruano nunca fue un “Estado mínimo”. Ni con Fujimori ni con Sagasti, 30 años después. En tres décadas no ha hecho más que seguir creciendo. Lo peor es que creció donde no debía. Por eso nos faltan médicos y policías y nos sobran abogados en la burocracia. Lo que nos lleva al segundo punto: el modelo económico aplicado en los 90 era un modelo de acumulación de capital a base de estabilidad macroeconómica sostenida y promoción agresiva de la inversión privada y pública. En otras palabras, su propósito era proveernos de capital, de recursos que han servido, por ejemplo, para financiar los programas de reactivación y los bonos sociales de subsistencia durante la pandemia, o para acceder al endeudamiento externo con facilidad. Y en esto, fue exitoso el modelo.

¿Dónde estuvo la falla? No en el modelo, sino en la gestión de los recursos acumulados. Sobre todo, en la última década, se debilitó la calidad de la inversión pública y de la propia inversión privada en activos públicos al relajar los filtros de calidad. Y se despilfarró en empleo públicos, consultorías y programas sociales llenos de grietas. Falló entonces la gestión pública. Es decir, ha fracasado el tipo de Estado que tenemos. Un Estado que privilegió el clientelismo, el populismo, la ineficiencia, la inoperancia y la corrupción. Los recursos estuvieron ahí, pero en vez de hacer varios hospitales, se despilfarraron en refinerías inservibles o en los Juegos Panamericanos para vernos bien en TV. Ahora con total desparpajo, las izquierdas quieren echarse abajo el modelo impulsando una nueva Constitución para hacer más estatista la economía. Apagando incendios con gasolina. Dios nos libre.

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