Cerca del mediodía del lunes, el frío y la falta de luz solar pasaron a un segundo plano en la ciudad de Trujillo gracias a las caravanas que empezaban a armarse en las calles con gente vestida con la camiseta de Perú, los cánticos y el sonido de los cláxones. Había premura, pues muchos iban a lugares públicos y otros locales o casas para vivir la fiesta de lo que se suponía debía ser la clasificación de nuestra selección al mundial.
A la hora del partido hubo tensión natural y la incertidumbre que se acrecentó conforme pasaban los minutos dentro del partido. La impotencia al ver que los nuestros no podían desplegar su juego y que más bien el partido se convertía en dudas multiplicadas continuó hasta que llegó la ruleta de los penales.
Luego, las caras largas, el silencio sepulcral, la fiesta frustrada. En el transcurso de la tarde, mientras algunos tratábamos de volver a insertarnos a la jornada laboral, con todo el dolor a cuestas, se veían grupos de gente con la camiseta nacional y sus banderolas en la mano, regresaban como en procesión a sus casas. Los shows y grupos musicales que se habían programado para la celebración de nuestra clasificación al mundial se fueron desvaneciendo; las personas empezaron a irse poco a poco de regreso a sus vidas.
En la noche, en muchas zonas de Trujillo había un panorama desolador: escasa gente y silencio en las calles. Salvo algunos pequeños grupos que decidieron seguir la jarana igual para ahogar la pena, muchos se fueron a sus casas tempranos sin más ánimos.
Mucha inversión hecha en las horas previas terminaron por perderse. No solamente perdieron los grandes locales y los empresarios, sino también los ambulantes que se habían preparado para vender todo tipo de artículos con motivos de la selección y nuestro camino a Qatar 2022. Un chasco que también se plasma en pérdidas económicas.