Hablemos de la incertidumbre que venimos viviendo.

Creemos que sabemos quién será nuestro presidente, pero a una semana del 28 de julio, aún no ha sido proclamado oficialmente. No sabemos cómo estará conformado su gobierno. Sospechamos, sí, pero solo tenemos eso; runrunes y rumores.

En esencia, no tenemos cómo saber hacia dónde estará enrumbado nuestro país en dos semanas. ¿Quién gobernará? ¿Cómo gobernará? ¿Cuánto tiempo gobernará? No hay certeza.

Ahora hablemos del efecto desgastante -a nivel personal y social- que tiene la incertidumbre en una escala tan grande como la que vivimos.

Para nosotros, como individuos, se vuelve más difícil navegar el mundo cuando aparecen interrogantes en todas las áreas de nuestras vidas. Es que si no tenemos respuesta a las preguntas más grandes (como ¿quién manejará la economía en el país?) pues las preguntas más pequeñas (como ¿debería invertir en una propiedad?) también se van quedando sin respuesta. Y, ¿qué pasará con nuestro trabajo, con el valor de nuestros ahorros, y con la vida que llevamos construyendo acá? Resulta que para eso tampoco hay respuesta.

Claro que la incertidumbre sobre el futuro siempre está, pero cuando llega a los niveles desmesurados que vemos hoy, se nubla nuestra capacidad para conceptualizar nuestro futuro, haciendo a la vez más difícil que podamos tomar las decisiones necesarias para caminar hacia él. Nos paralizamos; no solo como individuos sino como sociedad. Así, mientras el Perú entero se hace las mismas preguntas, la parálisis se extiende, afectando negocios, instituciones, relaciones… y la lista continúa. Sumémosle a eso las adversidades que venimos sufriendo a causa de la pandemia contra la que luchamos hace más de un año y esto parece una historia de terror.

La incertidumbre pasa factura y se llama desgaste. Un desgaste que no es sostenible porque su consecuencia es la erosión.

Los peruanos merecemos más. Pero mínimo, merecemos respuestas.

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