Aunque parezca una consecuencia lógica de su impronta, es necesario recordar aquí por qué la izquierda odia a Alberto Fujimori. Por orden de importancia, habría que decir primero que detestan que los cambios en el capítulo económico plasmados en la Constitución de 1993 les haya impedido, como ha sucedido en todos los regímenes de izquierda, acceder a las reservas internacionales para propiciar su desfalco regalando el dinero con intereses populistas. Un BCR independiente frenó el festín al que apuntaba Pedro Castillo y permitió una estabilidad monetaria que hubiese devastado la economía. Detestan también que en la misma Carta Magna, el Estado esté impedido de ejercer una función empresarial, salvo en casos de subsidiariedad, y que no se puedan multiplicar por todo el territorio empresas funestas como Petroperú, uno de sus pocos bastiones, y a la que aspiran a mantener con la complacencia del actual Gobierno. La izquierda odia también que AFF haya vencido al terrorismo y que pueda atribuirse una victoria contundente e incuestionable que para los “progresistas” hubiese sido imposible de alcanzar con los pruritos legales con los que actúa y la ineptitud estratégica que los caracteriza, además de su parametrada visión sobre los derechos humanos. La izquierda no odia a Fujimori porque avasalló el Poder Judicial, el TC y el Ministerio Público, porque haya quebrantado la democracia o haya intervenido a los medios de comunicación independientes porque estas tropelías también las cometió Juan Velasco Alvarado, el dictador que admiran y al que no le recuerdan la Masacre de Huanta, en la que se calculan 100 muertos por las protestas por la gratuidad de la enseñanza, o la represión de Lima, del 5 de febrero de 1975 como consecuencia de una huelga policial y que dejó 86 fallecidos. Es pues, en toda su dimensión, la izquierda y su dictadura ideológica.

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