Nuestra secundaria está enferma con un cáncer maligno terminal que no responde a los tratamientos convencionales. Lamentablemente, los médicos no se atreven a probar fórmulas innovadoras.
Todos los indicadores de secundaria son negativos, incluso para quienes valoran las pedagógicamente perversas pruebas censales y PISA. Abundan evidencias médicas sobre el daño que hace el horario escolar y la falta de sueño a la salud física y mental de los adolescentes. Se incrementan los niveles de estrés, depresión, ansiedad y tendencias suicidas. Los efectos del mundo digital son desatendidos con sus amenazas a la privacidad, intimidad, reputación y seguridad de los adolescentes. La escuela no es capaz de lidiar con el alcoholismo, drogadicción, sexualidad temprana y promiscua de los adolescentes. Abundan las evidencias sobre egresados de secundaria que “no saben nada” en términos de lo que valorarían las universidades o empleadores. Además, dura 1 o 2 años menos que el resto del mundo.
Desde la pedagogía, tiene un currículo limitado para producir un aprendizaje formativo y útil para el largo plazo, y aún utiliza un sistema de evaluación retrógrado pensado en el facilismo de evaluaciones enciclopédicas con formato informatizado. No existen mayores opciones prácticas como la educación dual o la educación online y el home-schooling intentado por otros países.
Es una secundaria que no escucha la voz de los adolescentes, no forma ciudadanos y se limita a estresarlos con una alta dosis de irrelevancia que, por lo tanto, no puede ser la base para una renovada visión de una promisoria juventud peruana.