La pobreza es hereditaria. Es una dramática verdad. De padres pobres se espera hijos pobres y nietos que también lo sean. La única posibilidad para dejarla es por la educación que cambia sin excusas cualitativamente la calidad de vida de las personas. No es verdad, entonces, que la pobreza sea una circunstancia de vida producto de la fatalidad.

La creen así solo los renegados. Sí, en cambio, es verdad que las condiciones y circunstancias para dejarla son muy complejas convirtiéndose en un reto para las personas que deben afrontar una montaña de obstáculos para superarla. Precisamente, por su alta complejidad es que no todos logran superarla y eso es muy malo pero también es verdad.

Es allí donde el Estado debe intervenir para coadyuvar con mecanismos básicos para que las personas más vulnerables puedan dejarla y no solamente paliar como algunos creen como si la pobreza fuera un estado de naturaleza para toda la vida. No es que sea una responsabilidad del Estado. No. Es de cada uno en su fase individual y única, pues nacer pobre no es una realidad para asumir que se debe morir en ese estado. La pobreza ha sido ideologizada y ese es un error.

El socialismo ha creído como propio la lucha por acabar la pobreza. Aunque sí lo es que el socialismo marxista la ha denunciado haciéndole eco en el proceso histórico desde que apareció en el siglo XIX frente a la revolución industrial, primero con los socialistas utópicos, y luego con los científicos, no es verdad que hayan sido los únicos ni los primeros.

El cristianismo fundado en las bases doctrinarias del Evangelio de Jesús de Nazaret  y que luego fuera desarrollado por el magisterio de la Iglesia, pregonó la igualdad entre los hombres en base al amor de Dios y el amor al prójimo y lo hizo hace 2000 años. Los esfuerzos de la economía han sido formulados para cambiar al hombre su miserable condición de pobreza.

Finalmente, frente al capitalismo por la economía de mercado y el socialismo por la economía planificada, siempre el eclecticismo ha sido la mejor razón para acabar con la pobreza y otra vez, surgió el sentido social de la Iglesia -con los socialcristianos y los democratacristianos- que en general pregonaron la economía social de mercado, por cierto consagrada en nuestra Constitución Política de 1993.