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Los educadores sostienen la importancia de aprender a pensar más que a memorizar o repetir cosas en piloto automático. Se valora el “pensar fuera de la caja” como un aporte más complejo y original del pensamiento.

El problema es que el cerebro es curioso, pero no está diseñado para pensar de manera natural, y lo hará solo si hay condiciones cognitivas favorables que auguren placer.

El pensar es lento, es incierto, exige concentración y esfuerzo. No tiene la misma condición natural que acudir a la repetición automática de una acción o estrategia que ya está almacenada en la memoria. Sin embargo, curioseamos y estamos dispuestos a esforzarnos en pensar si es que juzgamos que ese esfuerzo por resolver un problema nos traerá placer.

En las últimas décadas, las neurociencias han encontrado que las áreas del cerebro que corresponden al aprendizaje y las que corresponden a las reacciones frente a recompensas se superponen, activando dosis de dopamina que son las que se vinculan con el placer. Así el placer y el aprendizaje van de la mano. Si hay frustración, no hay placer. Si hay logros, hay placer.

En términos escolares, si los contextos en los que se espera que los alumnos piensen son estimulantes de su curiosidad e interés personal, los sienten a su alcance y presienten que la actividad será placentera, se abocarán a ella. Si los temas son muy fáciles y aburridos o muy difíciles e inaccesibles, o distantes de su interés, no se activarán las áreas cerebrales requeridas para esforzarse en pensar.

En suma: sin contextos interesantes y estimulantes, no habrá pensamiento ni aprendizaje.

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