Estos últimos días nos hemos visto sumergidos en indignación por el trágico desenlace de los sucesos del sábado en Los Olivos. Cuando mueren 13 personas que no tenían que morir -en un contexto en el que gente que no tiene que morir ya muere todos los días-, sobran las palabras. Pero no voy a hablar sobre culpabilidades. Prefiero, más bien, hacer un ejercicio de reflexión.

La noción generalizada hoy, es que somos los jóvenes quienes estamos esparciendo el virus. Detrás de lo ocurrido el sábado está el hecho de que 11 de las personas que murieron, dieron positivo a la prueba del Covid-19. Las ‘fiestas Covid’ se están realizando a lo largo y ancho del país. Y no solo en discotecas.

¿Es verdad que a los jóvenes nos importa tan poco?

La información en torno a este virus ha ido evolucionando rápidamente desde que inició la pandemia, y si uno no decide informarse por sí mismo, puede desconocer en absoluto todo lo que implica. Los esfuerzos del gobierno se han quedado cortos en este aspecto.

Entonces, recordemos: al inicio de la pandemia, se pensaba que que las personas jóvenes tenían un muy bajo riesgo de experimentar síntomas graves, y que los asintomáticos tenían bajas probabilidades de contagiar (aunque ahora sabemos que no es así).

Sumemos a eso el simple hecho de ser joven. De tener la necesidad de socializar y forjar una identidad a través de la socialización. De tener un termómetro que quizás aún no mide los riesgos que tomamos. No suena bien ¿no? ser joven y estar desinformado no pueden ser compatibles en esta pandemia.

Entonces

Primero: se tiene que implementar una estrategia comunicacional de prevención (de difusión masiva).

Segundo: Esta estrategia debe contemplar apelar a los jóvenes mediante la empatía, no la culpa.

Tercero: Es importante el trabajo de inteligencia para intervenir y clausurar fiestas, pero no se debe dejar de lado el aspecto social de la prevención y concientización.

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