La crisis global del COVID nos deja varias lecciones fundamentales. Sin duda, una de ellas es la necesidad de revalorar el papel de la cooperación entre lo público y lo privado, reconociendo que uno y otro están felizmente condenados a coexistir.

En efecto, para consolidar un modelo de sociedad con calidad de vida necesitamos de un sector privado fuerte, con iniciativa, innovador, con sentido común y capacidad de reacción. Asimismo, urge un Estado desburocratizado, abierto, que impulse y no que frene, que motive y no que adormezca. La colaboración entre el sector privado y el orbe estatal configuran las dos alas de cualquier esfuerzo nacional. Se necesitan mutuamente para poder triunfar, y un país fuerte lo es en la medida en que las soluciones a los grandes problemas nacionales nacen de la cooperación público-privada.

El Perú no es la excepción a esta constante global. Si queremos recetas permanentes ante la crisis del COVID tenemos que profundizar la cooperación entre lo público y lo privado. Cooperación, no competencia. Colaboración, no hiperregulación. Sin un sector privado fuerte, el Estado crece hasta convertirse en un peligroso Leviatán sin frenos y contrapesos. Sin un Estado regido por el principio de subsidiariedad es difícil hacernos cargo de los problemas de seguridad, salud, empleo e solución a esta crisis pasa por la unidad de los sectores, por la colaboración intensa entre el Estado y el sector privado en función a problemas concretos, no a intereses ideológicos. Si uno de los sectores es despreciado no tendremos soluciones, solo maquillaje. Si uno de los sectores es dejado de lado, perderá todo el Perú.