Todo esfuerzo que aspira a elevar la política hasta convertirla en un arte ilustrado tiene que ser aplaudido. Todo ejercicio de unidad patriótica ante un escenario de crisis debe ser apoyado. Por eso aplaudo el estupendo libro que ha escrito Luis Gonzales Posada (“La Haya, decisión histórica”), porque la tesis esencial que el autor defiende es que el Perú tiene que implementar contra viento y marea el imperativo de la unidad si aspira a liderar dignamente el escenario sudamericano.
Basta con analizar el clima de división que padecemos, un clima agudizado por los chihuahuas del nadinismo, para que acuda a nuestra mente una sentencia de ultratumba, pronunciada por el libertador Simón Bolívar en el discurso de Angostura: “Para sacar de este caos a nuestra naciente República, todas nuestras facultades morales no serán bastantes si no fundimos la masa del pueblo en un todo; la composición del gobierno en un todo; la legislación en un todo y el espíritu nacional en un todo. Unidad, unidad, unidad. Unidad debe ser nuestra divisa.” Gonzales Posada nos pide en un libro imprescindible que esta unidad no se presente solamente ante la contingencia circunstancial de los procesos internacionales. Lo que él nos pide es que construyamos la unidad mayoritaria en torno a un proyecto nacional.
En efecto, la unidad que espera materializarse en políticas de Estado está siempre en la mente de los auténticos estadistas, de aquellos que conciben la política como el arte expansivo del poder (ars aspergendi). A la unidad que necesitamos se opone el Estado humalista: Pro rege est regulus, pro regno fragmina regni (“Donde hubo un rey / hay un reyezuelo / donde hubo un reino / pedazos de reino”). Hoy, desprovistos de liderazgo presidencial, sin estadistas a la cabeza, fragmentados por el odio sectario del populismo urrestista, nos asomamos al abismo de un quinquenio perdido, indignados por la oportunidad de oro que se escapa como arena de nuestras manos mientras contemplamos absortos los estertores del festín de Baltasar.
La marca distintiva del líder político es el santo y seña de la unidad. El que busca edificar la unidad, merece un aplauso, porque se transforma en un estadista de exportación. Y estadistas de raza, no chihuahuas del nadinismo, es lo que necesita con urgencia este grande y amado enfermo que llamamos Perú.