Urge formar a las nuevas generaciones en la verdadera historia del Perú. Los jóvenes ignoran mucho de lo que pasó durante la época del terrorismo, no saben que Sendero Luminoso estuvo a punto de dinamitar la democracia peruana, generando un baño de sangre que postró al país durante años.
La radicalización ideológica de Sendero fue contestada por la propia realidad (el comunismo colapsó en todo el planeta) pero la vieja utopía revolucionaria continúa siendo un mito movilizador que atrae a los jóvenes ávidos de justicia y solidaridad. Enseñar lo que realmente pasó es fundamental para no cometer los mismos errores, pero al parecer gran parte del país ha olvidado los años del terror y vuelve a suspirar por esas ideas que solo trajeron atraso y división.
La captura del Estado y la instauración de la dictadura del proletariado siempre fue el objetivo del comunismo peruano. En la práctica, se impuso la división, la persecución y el asesinato selectivo. Ahora la violencia física ha cedido su lugar a la guerra política, aunque el objetivo continúa siendo el mismo: exterminar al que piensa distinto. En esta guerra de baja intensidad pueden cambiar las tácticas, pero los objetivos estratégicos se mantienen intactos. La política es un camino de largo recorrido y el país ha consolidado un proceso de división social. Estamos fracturados como nación y el Estado invertebrado es incapaz de protegernos.
La muerte de Abimael no detiene este proceso. Se trata de una tendencia global, no local. La guerra ideológica es mundial y solo podrá resolverse globalmente, si es que tiene una solución. El Perú debe abandonar la selva del odio estéril en la que hoy nos encontramos, he allí el único camino para el desarrollo.