Siempre la victoria o el triunfo significan una superioridad o ventaja que se consigue en contra del adversario, en un combate, competencia o como queramos llamarle.
La victoria muy pocas veces es producto del azar. La victoria es sinónimo de éxito, y este tampoco es producto de la pereza o de la indisciplina.
Siempre el éxito o la victoria son producto de un plan. Este plan evalúa escenarios que se podrían presentar y una vez que se presentan se actúa.
Ir sin plan a la batalla es fracaso, es un boleto a la desgracia, juega también en los negocios, operaciones comerciales o financieras.
Siempre el líder que planea, trabaja con la incertidumbre y maneja variables a las que tiene que reducir esa incertidumbre. Arriesga muchas veces para competir con el factor sorpresa a favor y pegar primero. Debe estar en el campo de batalla siempre, ni tan lejos que no sienta la batalla ni tan cerca que pierda perspectiva y confunda aspectos tácticos que había confiado a subordinados a quienes, con su presencia, los anula. Su lugar es estratégico. Llegado el momento va a la cabeza y conquista el objetivo. Debe saber cuándo es ese momento.
Hay un principio fundamental en la batalla que es la voluntad de vencer. El destino principal frente al adversario es la lucha; y la necesidad de luchar no es otra cosa que vencer a quien amenaza los intereses de mi nación, de mi organización.
Decía Monsante: «Sólo anhelan luchar y vencer, los que tienen algo noble porque luchar: la Patria, su hogar, su familia, su pasado, su honor, su propiedad, su libertad. Por ellos lucha, por ellos debe vencer a toda costa».
Cuidar a la gente es prioridad, evitar victorias pírricas, que signifiquen poco o nada para alcanzar el el objetivo, siempre la mejor victoria es vencer al enemigo sin combatir. Ser disuasivo juega un efecto fundamental, para esto las informaciones son herramienta que no puede dejar de usar, abata la moral del adversario.