Vergüenza dio ayer Pedro Castillo durante una audiencia ante el Tribunal Constitucional, en la que intentó torcer la historia y hacerle creer a los magistrados y a los peruanos que su discurso del 7 de diciembre del año pasado, en el que anunció el cierre del Congreso y la toma del sistema de justicia, fue apenas una proclama “política” que no iba a tener ningún efecto, algo que solo se lo creen sus abogados y quienes alucinan que algún día será liberado.

Alguien debería decirle a este sujeto que en el momento en que dio su mensaje golpista desde su despacho en Palacio de Gobierno y con la banda presidencial puesta, era el jefe del Estado en funciones y jefe de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional. No hablaba como el sindicalista tirapiedras que fue en el pasado ni como un ciudadano cualquiera que se para en una plaza pública y dice cualquier tontería.

Otra cosa es que a este sujeto no le haya resultado su intento de asumir poderes absolutos y dictatoriales, debido a una rápida reacción de las instituciones públicas, incluyendo a las FF.AA. y la PNP, que se pusieron del lado de la Constitución y dieron la espalda a quien ahora trata de presentarse, además, como un perseguido de “los grupos de poder”, siempre tratando de victimizarse por su procedencia provinciana. De verdad, muy patético esto.

Se victimiza también cuando dice que fue arrestado como un vil delincuente mientras iba con sus hijos a la embajada de México, y que fue apuntado con armas por la Policía Nacional. Bueno, las pistolas y ametralladoras no deberían asustar a un filosenderista que recibía en Palacio de Gobierno a gente del Movadef, una banda que reivindica a quienes han asesinado hasta con explosivos en el pecho a miles de peruanos. El papel de “pobrecito” le queda muy mal.

Castillo está preso no por rondero ni por provinciano, ni ningún “grupo de poder” lo ha echado de Palacio de Gobierno. De no haber dado el golpe de Estado, una ilegalidad en flagrancia por donde se mire, de hecho seguiría en la Casa de Pizarro destrozando al país, porque hasta que abrió la boca al mediodía del 7 de diciembre del año pasado contaba con la legitimidad que le daba la Constitución que él mismo pateó.

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