Mañana celebramos el Día Internacional de la Mujer que viene logrando avances trascendentales en su camino de conseguir ser tratada en igualdad de oportunidades que los varones en un mundo históricamente patriarcal. En el planeta cada vez hay más jefas de Estado, primeras ministras, y autoridades de gran relieve en la toma decisiones.

En nuestro país, felizmente, el proceso de empoderamiento de la mujer, sigue el mismo decurso. De hecho, a la fecha contamos con presidenta del Congreso, presidenta de la Corte Suprema de Justicia, presidenta del Consejo de Ministros, Fiscal de la Nación, presidenta del Tribunal Constitucional, presidenta de la Junta Nacional de Justicia, ministras de Estado, etc.

Eso quiere decir que la lucha de la mujer viene dando sus frutos, sobre todo porque las barreras que han encontrado en el largo decurso de la historia de la sociedad internacional han sido, además, de la incuestionable desigualdad humana propia del ejercicio abusivo del poder desde que aparecieron sucesivamente el concepto de pertenencia, la propiedad privada, el conflicto, el derecho para regular este último y a través de la ley del más fuerte, el todavía dominante machismo, arraigado con cadenas al pasado, que penosamente persiste como la morbosa expresión del prejuicio y la inseguridad masculinas.

Pero también hay mujeres machistas como aquellas que primero sirven el plato de comida al esposo y no por subordinación sino por un proceso cultural que se ha quedado trunco por la carencia de políticas educativas gubernamentales. En efecto, el registro cultural persiste mayoritariamente en las sociedades rurales africanas subsaharianas (África negra), en diversidad de grupos asiáticos y por supuesto, en las comunidades altoandinas de nuestra región y el Perú.

En el otro lado, están las feministas, en su mayoría, respetables luchadoras y activistas por los derechos de la mujer, pero algunas han entrado en un círculo febril de desnaturalización de la feminidad, la cualidad máxima del estado de naturaleza de las mujeres, forzándola en la errada de idea de pregonar la denominada igualdad de género, que últimamente vemos impactando al buen verbo castellano y a su gramática, ajenos a sus pretensiones. ¡Sensatez y que vivan las mujeres!