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En su mensaje sobre la perspectiva cristiana del deporte, emitido el 1 de junio último, el papa Francisco nos recuerda que el deporte es un lugar de encuentro donde se unen para lograr un objetivo común todo tipo de personas, sin distinción de edad, raza, sexo, religión, condición económica o social, ideología, etc. En síntesis, una experiencia de comunidad, de familia humana, de equipo capaz de unir esfuerzos en la búsqueda del bien común. Nos dice también Francisco que el deporte es un vehículo de formación en virtudes como la generosidad, la humildad, la disciplina, el sacrificio, la entrega, la constancia y la solidaridad.

Leyendo el mensaje del Papa a la luz de lo que hemos vivido desde que comenzaron las Eliminatorias del Mundial de fútbol, pensaba que, ahora que acaba el campeonato, nos haría mucho bien unirnos en torno a otra meta común por la que estemos dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos y ayudarnos mutuamente para alcanzarla, incluso a costa de algunos sacrificios. Pensaba también que la mejor meta común es la vida eterna para la que Dios nos ha creado, y a la que podemos llegar juntos si nos ayudamos a ser cada vez mejores personas.

El individualismo, las divisiones y rencores solo nos producen tristeza y nos amargan la vida. En cambio, la unión, el perdón, la generosidad, la mutua acogida sin distinciones absurdas y el amor a Dios y al prójimo suscitan en nosotros la alegría y la única esperanza que no defrauda. No somos, al menos por ahora, campeones mundiales de fútbol, pero podemos serlo de la alegría si cada uno de nosotros comienza hoy mismo a poner su granito de arena en el hogar, en el barrio, en el trabajo, en las redes sociales y ahí donde nos relacionemos con los demás.