Toda la moderna educación del carácter parte de una premisa básica: si formas a una persona en la disciplina de la virtud, si lo nutres con valores que se aplican de verdad en el día a día, eso repercute definitivamente en la calidad educativa. Y, por consiguiente, en el desarrollo del país. Todos los indicadores señalan la importancia de la educación en el desarrollo y si algo está fallando en el Perú es el acceso y el crecimiento de una educación de calidad capaz de competir a nivel mundial.
Es esencial formar el carácter de las nuevas generaciones. Esta formación debe implementarse desde el Estado pero no solo ha de circunscribirse al mundo de lo público. La crisis que atravesamos es una crisis de carácter. Y esto permea a toda la sociedad, especialmente a la calidad de nuestro liderazgo. Urge un liderazgo de carácter que sea capaz de conjurar los problemas reales y no crear barreras artificiales que nos separen más. Pienso, por supuesto, en esos fantasmas que emergen de ideologías caducas o en ese peligroso intento cainita de enfrentarnos sectariamente, intento que algunos grupos han intentado convertir en política de Estado. El carácter da unidad, premia valores concretos, señala objetivos claros. No se detiene en accidentes, conoce bien cuál es la capacidad del Estado.
Contra el carácter actúa esa fatal arrogancia que apela al sectarismo y al individualismo estéril. Superaremos la división cainita, el enfrentamiento fratricida, cuando un liderazgo de carácter aspire a implementar las reformas que cuestan, pero que son necesarias. El mercantilismo mental debe terminar. Es imprescindible abrirnos al mundo, para competir. De lo contrario, estamos derrotados antes de pelear.